"El éxito consiste en obtener lo que deseas. La felicidad, es disfrutar lo que se obtiene"
Ralph Waldo Emerson/Escritor Estadounidense
(1803 - 1882)
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que era muy feliz.
Todas las mañanas llevaba el desayuno y despertaba al rey, cantando y tarareando alegres canciones de juglares.
Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día el rey lo mando a llamar.
- Pake, le dijo, ¿Cuál es el secreto?
- ¿Qué secreto, Majestad?
- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
- No hay ningún secreto, Alteza.
- No me mientas, Pake, he mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
- No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
- ¿Por qué estás siempre alegre y feliz? eh!!! ¿Por qué?
- Majestad, no tengo razones para estar triste.
- Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo.
Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos. ¿Cómo no estar feliz?
- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar, dijo el rey.
Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
- Vete! vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco. No consiguió explicarse como el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
- ¿Por qué él es feliz?
- Ah Majestad..., lo que sucede es que él está fuera del círculo.
- ¿Fuera del círculo?
- Así es.
- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
- No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
- A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
- Así es.
- ¿Y cómo salió?
- ¡Nunca entró!
- ¿Qué círculo es ese?
- El círculo del 99.
- En verdad, no te entiendo nada.
- La única manera para que entendiera, sería mostrárselo en los hechos.
- ¿Cómo?
- Haciendo entrar al paje en el círculo.
- Eso! obliguémoslo a entrar.
- No Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
- Entonces habrá que engañarlo, dijo el rey.
- No hace falta su Majestad. Si le damos la oportunidad él entrará solito.
- ¿Solito? ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
- Sí se dará cuenta.
- Entonces no entrará.
- No lo podrá evitar.
- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
- Tal cual Majestad ¿está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo?.
- Si, dijo el rey.
- Bien, esta noche le pasaré a buscar. Debe tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!.
Hasta la noche.
- Hasta la noche respondió el rey.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey.
Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron, junto a la casa de Pake. Allí esperaron el alba.
Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el sabio tomó la bolsa y le puso un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie como lo encontraste".
Luego, ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse.
Cuando Pake salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas para ver lo que sucedía.
El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció; apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró.
El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena.
El sirviente se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa.
Sus ojos no podían creer lo que veían.
¡Era una montaña de monedas de oro!
El, que nunca había tocado una de esas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.
El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas.
Las juntaba y desparramaba, hacia pilas de monedas.
Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas.
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: ¡¿99 monedas!?
Su mirada recorrió la mesa buscando una moneda más.
Luego el piso y finalmente la bolsa.
- No puede ser- pensó.
Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
- Me robaron- gritó - me robaron, malditos!.
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.
Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "solo 99".
- Noventa y nueve monedas. Es mucho dinero pensó. Pero me falta una moneda.
-Noventa y nueve no es un número completo pensaba. Cien es un número completo pero noventa y nueve no.
El rey y su asesor miraban por la ventana.
La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos. Los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus.
El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.
Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
....
Pake había entrado en el círculo del 99.
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió los planes que se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando.
- ¿Qué te pasa? preguntó el rey de buen modo.
- Nada me pasa, nada me pasa respondió el paje de mal agrado.
-Antes, no hace mucho reías y cantabas todo el tiempo...
-Hago mi trabajo ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
(Este texto con adaptación, pertenece a Jorge Bucay)
Reflexionemos:
Desde pequeños nos enseñan a que siempre falta algo para estar completos y solo completos podremos gozar de lo que tenemos. De este modo la felicidad se alcanza cuando hemos completado lo que falta. Y así nos vemos envueltos en un círculo vicioso en el que siempre nos hace falta completar algo postergando el goce y la felicidad de lo obtenido.
¿Qué pasaría si de pronto nos diéramos cuenta que nuestras 99 monedas con el 100% del tesoro, de que no nos falta nada, de que nadie se ha quedado con lo nuestro?
¿Cuántas cosas cambiarían si se pudiera disfrutar de los tesoros tal como están?
Me encantaría leer tus comentarios!